ARQUITECTAS,
ALBAÑILES Y PEONES
Dejamos
a los señores del concejo rabiando y emprendimos la casita.
Imposible
encontrar trabajadores ni menos arquitecto. La falta de hábito de trabajo en
las gentes, por una parte y el odio a nosotras por otra, impedían que
halláramos trabajadores. ¿Qué hacer? Lo que habíamos propuesto desde Medellín;
pasar por encima de todo, sufrirlo todo y ¡salvar las almas a todo trance!
¡Conocíamos que por Dios, no había de faltar y determinamos que, por nosotras
tampoco faltara nada que estuviera a nuestro alcance! ¡Bendito sea mi Dios que
me dio unas socias tan al colmo de la necesidad!
La
hermana San Benito me dijo: Tranquilícese, ¿cómo no hemos de saber
hacer un rancho? Y acto seguido, se declaró arquitecta.Contrató una parte de la
casa con un albañil de Medellín que, por allí buscaba la vida, y desde el
principio vio que aquel trabajo era inferior al que necesitábamos y terminó de
arreglos con gentes que no sabían lo que hacían. Aprendió a conocer las maderas
y con otras de las hermanas y con uno que otro indio, que quería hacer algo, se
fue al monte, hacha en mano y en pocos días,tenía ya la madera cortada.
Mas,
cuánto esfuerzo supone esto para quien no tenía costumbre de esta
clase de trabajo. Las manos se les despedazaban y los soles las tostaban; pero
no oí jamás una queja. Unas, se inventaron carpinteras, otras albañiles y todas
terciadoras. Ya se traía un palo, ya una carga de paja. Unas recogían boñiga,
otras hacían barro, otras empajaban. En fin, aquello era de verse cómo iba
resultando nuestro rancho, sin más trabajadores que unos muchachitos o indios,
que de cuando en cuando querían ayudarle en alguna cosa.
Terminada
la armazón de aquel rancho tan grande, no había en Dabeiba ninguno igual, se
emprendió la consecución de la paja, pues se necesitaba una cantidad enorme.
Vino a conseguirse el permiso para cortarla, en Alto Bonito, a donde había que
ir por una falda terrible. Pero eso no importaba a las amadas trabajadoras.
Era en un verano de ésos que hacen a los climas calientes invivibles y con los ardores del sol al medio día, se las hallaba agachadas en aquel alto, arrancando paja y rezando su acostumbrado rosario, o mejor sus rosarios, porque unían unos a otros, implorando del cielo la gracia de la fe, para los indios que impasibles veían trabajar de ese modo, sin tomarse el trabajo de recoger una paja. Muy temprano tomaban su escaso desayuno y partían para aquel teatro de dolor, para no volver hasta la caída de la tarde, agobiadas con un fardo de paja, con las manos lastimadas, las espaldas ardorosas, sin fuerzas corporales,pero con las del alma todavía mayores que había sido en la mañana;con el semblante alegre y el corazón lleno de Dios. Llegaban con hambre violenta y sed abrasadora, a comer un pan escaso, malo y del cual no tenían costumbre ¡Sólo Dios sabe lo que yo sentía reverendo padre, al verlas llegar así y al servirles ese escaso pan...!
Era en un verano de ésos que hacen a los climas calientes invivibles y con los ardores del sol al medio día, se las hallaba agachadas en aquel alto, arrancando paja y rezando su acostumbrado rosario, o mejor sus rosarios, porque unían unos a otros, implorando del cielo la gracia de la fe, para los indios que impasibles veían trabajar de ese modo, sin tomarse el trabajo de recoger una paja. Muy temprano tomaban su escaso desayuno y partían para aquel teatro de dolor, para no volver hasta la caída de la tarde, agobiadas con un fardo de paja, con las manos lastimadas, las espaldas ardorosas, sin fuerzas corporales,pero con las del alma todavía mayores que había sido en la mañana;con el semblante alegre y el corazón lleno de Dios. Llegaban con hambre violenta y sed abrasadora, a comer un pan escaso, malo y del cual no tenían costumbre ¡Sólo Dios sabe lo que yo sentía reverendo padre, al verlas llegar así y al servirles ese escaso pan...!
Lo
que Dios diría al ver esta generosidad, lo sabremos en el cielo; lo que
decían los dabeibanos, lo oían ellas mismas, al verlas pasar por la calle,
agobiadas y quemadas por el sol, decían:
-
¡Muy bueno que trabajen! ¡Son mujeres como todas! ¡Que trabajen para que se
cansen pronto y se vayan! ¡Que aguanten, que nadie las estaba llamando! ¡Que le
pongan mucha paja al rancho, que así mejor arderá!
Una
mirada de compasión, o de admiración, jamás se notó. Tampoco la deseaban, ni la
necesitaban... Se habían como casado, por decirlo así, con la bendita
humillación y estaban como en el tálamo de su dicha. Por las tardes nos
referían lo ocurrido durante aquellas jornadas y trabajos, esforzándonos mutuamente,
a padecer más, si Dios lo pedía y ser constantes hasta arrancarle a Dios la
gracia que buscábamos.
El
trabajo no impedía la alegría, ni la oración, ni la humillación secaba
la fuente
de nuestra dicha.
(Autobiografía
- Capítulo XXXII. Pág. 515)
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