Gritos, armas, amenazas, corridas, presencia policial, autoridades comunitarias que se reúnen con urgencia, olor a violencia en el aire, no es el ambiente en que se desarrolla la vida de los niños y niñas de una Comunidad. Hoy la inseguridad y el temor entraron en sus vidas. Mientras la “Señora de los ojos vendados”, en este caso, se toma su tiempo en la comodidad de los despachos.Hasta hace apenas un mes, el único conflicto que enfrentaba la Comunidad de Alecrín era con la Empresa Harriet, primer intruso en sus tierras, hoy casi cien individuos, no familias, irrumpieron con violencia e impunidad en el territorio comunitario metiéndose entre sus casas, arruinando sus espacios, robando el maíz y rompiendo sus huertas, distorsionando sus vidas. Otra vez una violencia desconocida golpea a los indígenas, esos “nuestros hermanos guaraní” tan mencionados en los discursos.Las pulseadas políticas entre los grandes tienen como resultado que las fichas de un lado del tablero son los que menos posibilidades tienen de ser escuchados y, del otro, aquellos que creen que obtendrán algo sin importarles a quien atacan, y son solo una herramienta momentáneamente útil del poder y el capital. Cuando los poderosos hayan logrado lo que buscaban y limado sus asperezas, sentados con un cigarro verán como se deshacen del material usado, hasta la próxima campaña.Mientras tanto los niños y niñas temen salir de sus casas o separarse de sus padres porque a su alrededor circulan una cantidad de extraños que gritan, amenazan e insultan. Sin duda mañana o pasado los intrusos deberán abandonar el predio invadido, lo saben, solo están allí para presionar políticamente a alguien, pero el daño a los pequeños es irreversible.
En el país del Bicentenario la justicia es rápida solo para algunos.
Equipo Misiones de Pastoral Aborigen (EMIPA)
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