Había en el
pueblo un limpiador de patios a quien ocupaba frecuentemente en esto. Era muy
piadoso y estimado de todos. Se llamaba Punucenito. Yo me encantaba conversando
con él porque era aficionado a todo lo de Dios. Un día me dijo que era casado
con Resura y que, como estaba loca, le demandaba muchos gastos. Le manifesté
deseos de conocerla y me prometió llevarme a verla, un día que estuviera
calmada. Así fue: Un sábado se apareció diciéndome que debía llevarme aquel
día, porque le había comenzado el sueño a Resura y agregó: es que cuando a ella
le viene el sueño yo quedo libre para trabajar. Duerme ocho o más días seguidos,
pero cuando despierta no puedo salir, porque me tumba la casa.
Me fui con él por
una manga o pradito, me hizo saltar una gran chamba*.¿por qué me lleva por
aquí? le dije. Porque si entramos por la puerta, se me cae la casa, y me señaló
un rancho sostenido por un buen número depuntales, rancho que yo había creído
siempre abandonado y junto del cual no me había atrevido a pasar, por miedo de
que se me cayera encima. ¿Yallí vive usted? Le pregunté. Sí, me respondió, pero
entrando por aquíporque si se abre la puerta que da a la calle, se me cae el
rancho.
Me resolví a
saltar la chamba y me llevó por detrás de la casa, no sin peligro porque había
que remover muchos puntales para abrirse paso. Dentro del rancho había tantos
puntales que apenas quedaba puesto para un fogón y la camita en donde estaba Resura,
hecha un bulto que no se parecía a una mujer ni a nada humano.
¿No le da miedo
que este rancho se le venga encima? - le dije a Punucenito.
- No, me
respondió. Dios me lo sostiene porque yo vivo de Dios sólo.
- ¿Y cómo hace
usted para trabajar cuando Resura está despierta? - Entonces no trabajo, - me
dijo. -¿Y qué come? - le repuse. - Lo que Dios me da,
- me contestó. -
Y, ¿cómo se lo da?- le pregunté. - De muchos modos y si no, oiga:
-Un día no tenía
nada en la casa y como a la una de la mañana, empezó Resura a llorar,
pidiéndome mazamorra*. Como no tenía maíz ni nada, me le hice dormido; pero sus
lamentos eran tan tristes, que llorando le dije a Dios: Vos Señor, que hiciste
a Resura, dame qué darle y me puse a aguardar,haciéndome el dormido, para que ella
no me tumbara el rancho, porque con hambre se pone muy brava y si yo no me
muevo, se está quieta.
Como a las
cuatro de la mañana, comencé a oír unos golpes como si le dieran a la puerta de
dentro con un palo. Temblé, porque dije: Si Resura no me tumba la casa, estos
golpes, que cada vez se hacían más fuertes, sí me la tumban; y resolví
levantarme. Quité los palos que trancaban la puerta y me encontré un caballo
que traía una mochila llena de maíz y que como que le apretaba la boca, como
que suplicaba que se la quitara. Se la quité y quise ver por dónde había
entrado el caballo a aquel corral, muy cerrado con llave por su dueño y no
encontré por dónde hubiera podido entrar.
Entonces lo
acosé a rejo para que saliera por donde había entrado y el pobre animal, no
encontró salida. Entonces dije: este maíz me lo manda Dios y le hice la
mazamorra a Resura, con una parte, dejando la otra para entregar al dueño. En
todo el día no apareció el dueño; vino el señor que cuida el corral a regañarme
porque tenía aquí ese caballo sin permiso. Le conté la historia y me permitió
tenerlo en su yerbal. Resura se durmió ya muy llenita de mazamorra y yo me fui
a buscar trabajo. En el centro del pueblo me encontré con un hombre y me
preguntó, si no había visto un caballo que hacía dos días se le había venido
desde Concepción, es decir de siete leguas de distancia. Le dije que yo lo
tenía y le referí mi historia. Vino y realmente era su caballo el que yo tenía.
Me dijo, que le había quitado la carga y que, un niño, lo había puesto a comer maíz,
colgándole la mochila de la cabeza y que no había vuelto a saber del caballo.
Con esta
historia reverendo padre, tuve para ponerme feliz. Felicité a Punucenito por su
fe y la mía se acrecentó tanto, que me parecía que yo antes no conocía la
amorosa Providencia de Dios. Después, toda mi vida he referido esta historia,
que la llamo la de Resura, para avivar la fe de los pobres. ¿Qué era, en
efecto, la infeliz Resura para que Dios, por calmar su hambre, hiciera tantas
maniobras? Aquel bulto que a nadie interesaba en el mundo, llevó a Dios a
trastornar el viaje de un arriero, a entrar un caballo por donde no era posible
humanamente y a que este animal, sin entender lo que hacía, torciera su camino
del modo menos natural, pues la casa de Punucenito no quedaba en el camino por
donde debió venir el animal.
¡Dios mío, cómo
te mueven los gemidos del pobre, que nosotros oímos con tanta indiferencia! Si
después del camino del Porce, mi ternura con Dios creció y mi fe se arraigó,
haciendo mi confianza casi invencible, con el cuento de Resura llegó a su
colmo. Tan admirable lección me hizo más bien, que muchos ejercicios y
sermones. Mi confianza fue entonces como torrente desbordado. Los gemidos de
Resura, desprovista de razón, me mostraron que los míos, han de herir el
corazón de Dios infaliblemente y por eso se los doy con dulcísima esperanza, en
todos los apuros de mi vida. Sí, Resura se parece tanto a la viejecita que yo
me soñaba llegar a ser en un hospital, yo me esperaba ser el personaje más
importante, delante de Dios, cuando por su amor me viera reducida a un bulto,
en el rincón de un hospital. Desde entonces los pobres y los enfermos me son
más queridos. Los miro en el corazón de Dios, como en su centro más querido. A pesar
de todo, reverendo padre, no creo haber sido muy fiel en atender a los pobres
como debía. En la práctica me quedo muy atrás de la teoría. La misma suprema
impotencia para todo lo bueno. No hay remedio. He de quedarme siempre vencida, dejándome
amar por Quien nada espera de mí, que no sea miseria. Cuántas veces he llorado
refiriendo la historia de Resura. Quiera Dios que mis lágrimas hayan servido de
agradecimiento por el beneficio que la pobre loca no pudo agradecer. Ya ve,
padre mío, qué lecciones tan bellas he recibido en mi vida. Debiera haberme muerto
de amor a Dios, hace ya muchos años.
Autobiografía Capítulo X
¿Qué podemos aprender de esta historia?
¿cómo es nuestra confianza en Dios?
1 comentario:
COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años
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