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1/12/13

Punucenito



Había en el pueblo un limpiador de patios a quien ocupaba frecuentemente en esto. Era muy piadoso y estimado de todos. Se llamaba Punucenito. Yo me encantaba conversando con él porque era aficionado a todo lo de Dios. Un día me dijo que era casado con Resura y que, como estaba loca, le demandaba muchos gastos. Le manifesté deseos de conocerla y me prometió llevarme a verla, un día que estuviera calmada. Así fue: Un sábado se apareció diciéndome que debía llevarme aquel día, porque le había comenzado el sueño a Resura y agregó: es que cuando a ella le viene el sueño yo quedo libre para trabajar. Duerme ocho o más días seguidos, pero cuando despierta no puedo salir, porque me tumba la casa.

Me fui con él por una manga o pradito, me hizo saltar una gran chamba*.¿por qué me lleva por aquí? le dije. Porque si entramos por la puerta, se me cae la casa, y me señaló un rancho sostenido por un buen número depuntales, rancho que yo había creído siempre abandonado y junto del cual no me había atrevido a pasar, por miedo de que se me cayera encima. ¿Yallí vive usted? Le pregunté. Sí, me respondió, pero entrando por aquíporque si se abre la puerta que da a la calle, se me cae el rancho.

Me resolví a saltar la chamba y me llevó por detrás de la casa, no sin peligro porque había que remover muchos puntales para abrirse paso. Dentro del rancho había tantos puntales que apenas quedaba puesto para un fogón y la camita en donde estaba Resura, hecha un bulto que no se parecía a una mujer ni a nada humano.

¿No le da miedo que este rancho se le venga encima? - le dije a Punucenito.
- No, me respondió. Dios me lo sostiene porque yo vivo de Dios sólo.
- ¿Y cómo hace usted para trabajar cuando Resura está despierta? - Entonces no trabajo, - me dijo. -¿Y qué come? - le repuse. - Lo que Dios me da,
- me contestó. - Y, ¿cómo se lo da?- le pregunté. - De muchos modos y si no, oiga:
-Un día no tenía nada en la casa y como a la una de la mañana, empezó Resura a llorar, pidiéndome mazamorra*. Como no tenía maíz ni nada, me le hice dormido; pero sus lamentos eran tan tristes, que llorando le dije a Dios: Vos Señor, que hiciste a Resura, dame qué darle y me puse a aguardar,haciéndome el dormido, para que ella no me tumbara el rancho, porque con hambre se pone muy brava y si yo no me muevo, se está quieta.
Como a las cuatro de la mañana, comencé a oír unos golpes como si le dieran a la puerta de dentro con un palo. Temblé, porque dije: Si Resura no me tumba la casa, estos golpes, que cada vez se hacían más fuertes, sí me la tumban; y resolví levantarme. Quité los palos que trancaban la puerta y me encontré un caballo que traía una mochila llena de maíz y que como que le apretaba la boca, como que suplicaba que se la quitara. Se la quité y quise ver por dónde había entrado el caballo a aquel corral, muy cerrado con llave por su dueño y no encontré por dónde hubiera podido entrar.

Entonces lo acosé a rejo para que saliera por donde había entrado y el pobre animal, no encontró salida. Entonces dije: este maíz me lo manda Dios y le hice la mazamorra a Resura, con una parte, dejando la otra para entregar al dueño. En todo el día no apareció el dueño; vino el señor que cuida el corral a regañarme porque tenía aquí ese caballo sin permiso. Le conté la historia y me permitió tenerlo en su yerbal. Resura se durmió ya muy llenita de mazamorra y yo me fui a buscar trabajo. En el centro del pueblo me encontré con un hombre y me preguntó, si no había visto un caballo que hacía dos días se le había venido desde Concepción, es decir de siete leguas de distancia. Le dije que yo lo tenía y le referí mi historia. Vino y realmente era su caballo el que yo tenía. Me dijo, que le había quitado la carga y que, un niño, lo había puesto a comer maíz, colgándole la mochila de la cabeza y que no había vuelto a saber del caballo.

Con esta historia reverendo padre, tuve para ponerme feliz. Felicité a Punucenito por su fe y la mía se acrecentó tanto, que me parecía que yo antes no conocía la amorosa Providencia de Dios. Después, toda mi vida he referido esta historia, que la llamo la de Resura, para avivar la fe de los pobres. ¿Qué era, en efecto, la infeliz Resura para que Dios, por calmar su hambre, hiciera tantas maniobras? Aquel bulto que a nadie interesaba en el mundo, llevó a Dios a trastornar el viaje de un arriero, a entrar un caballo por donde no era posible humanamente y a que este animal, sin entender lo que hacía, torciera su camino del modo menos natural, pues la casa de Punucenito no quedaba en el camino por donde debió venir el animal.

¡Dios mío, cómo te mueven los gemidos del pobre, que nosotros oímos con tanta indiferencia! Si después del camino del Porce, mi ternura con Dios creció y mi fe se arraigó, haciendo mi confianza casi invencible, con el cuento de Resura llegó a su colmo. Tan admirable lección me hizo más bien, que muchos ejercicios y sermones. Mi confianza fue entonces como torrente desbordado. Los gemidos de Resura, desprovista de razón, me mostraron que los míos, han de herir el corazón de Dios infaliblemente y por eso se los doy con dulcísima esperanza, en todos los apuros de mi vida. Sí, Resura se parece tanto a la viejecita que yo me soñaba llegar a ser en un hospital, yo me esperaba ser el personaje más importante, delante de Dios, cuando por su amor me viera reducida a un bulto, en el rincón de un hospital. Desde entonces los pobres y los enfermos me son más queridos. Los miro en el corazón de Dios, como en su centro más querido. A pesar de todo, reverendo padre, no creo haber sido muy fiel en atender a los pobres como debía. En la práctica me quedo muy atrás de la teoría. La misma suprema impotencia para todo lo bueno. No hay remedio. He de quedarme siempre vencida, dejándome amar por Quien nada espera de mí, que no sea miseria. Cuántas veces he llorado refiriendo la historia de Resura. Quiera Dios que mis lágrimas hayan servido de agradecimiento por el beneficio que la pobre loca no pudo agradecer. Ya ve, padre mío, qué lecciones tan bellas he recibido en mi vida. Debiera haberme muerto  de amor a Dios, hace ya muchos años.


Autobiografía  Capítulo X

¿Qué podemos aprender de esta historia?
¿cómo es nuestra confianza en Dios?

1 comentario:

Anónimo dijo...

COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA

Cada señalización luminosa es un acto de conciencia

Ejemplo:

Ceder el paso a un peatón.

Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.

Poner un intermitente

Cada vez que cedes el paso a un peatón

o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.


Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.


Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.


Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años

 

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